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jueves, 16 de septiembre de 2010

Lo siento, no siento

"Lo siento, pero yo no siento. Soy de ciencias". Esa exagerada expresión quiere traer de la mano el desprecio que tradicionalmente ha existido hacia las emociones y sentimientos. De hecho, podían haber sido definidos como todo aquello que enturbia el proceso de razonamiento; aquel caballo desbocado que tenemos que aprender a controlar cuanto antes; el impedimento que frena el desarrollo de nuestro pleno potencial como humanos, que no es otro que la tan valorada Razón . "Pienso, luego existo". La existencia está justificada si se ha fortificado desde la Razón. Y apoyándose en estos argumentos se fue instaurando una forma de actuar en las que las emociones y sentimientos eran minimizados. Estamos hablando de épocas en que su expresión fue reducida a lo mínimo: no era educado ni de buen gusto mostrarnos en público. El encorsamiento de sentimientos y emociones no iban a la zaga del encorsamiento de los cuerpos, de su vestidos (¿la moda como una expresión de sensibilidades, del sentir de las personas, de entender la vida?)
En "El error de Descartes" Antonio Damaso lucha contra esta idea tan generalizada de la razón como ente autónomo, algo que está lejos de la realidad, de nuestra realidad biológica. Para el autor, la razón actúa pero dentro de varios sistemas cerebrales trabajando al unísono, en cooperación. Y en la base tenemos a los sentimientos y las emociones, manteniendo relaciones directas y mutuas con los órganos vitales. Son una cadena más del eslabón vital, cadena que culmina con la expresión más alta de razón. Pero sin cada uno de los eslabones no sería posible.
Los sentimientos nos proporciona la percepción directa del cuerpo; pero también la califica, en sentido positivo o negativo (como agradable o desagradable). En ese sentido podemos decir que son nuestras guías, porque dan sentido a las percpeciones recibidas. Y son también usadas en nuestras relaciones con los otros, que necesitan de esa guía para entendernos.
¿Sentimos? Inevitablemente, sí. Lo que ocurre es que no nos estamos refiriendo en exclusiva a un proceso biológico; la interacción con el ambiente determina también cómo y cuánto. Culturalmente existe un aprendizaje constante acerca de los usos y maneras de sentir, de la forma en cómo la vivimos y en el modo en que los expresamos.
Uno de los casos que despertó interés sobre el tema fue respecto a un paciente con una lesión que no le permitía acceder a la información de las sensaciones: teniendo el resto de sus capacidades mentales en pleno funcionamiento (razonamiento, lógica...), sin embargo su comportamiento era totalmente erróneo. La información que nos aportan las sensaciones, sin ser la principal ni la única, si que es imprescindible para que demos una respuesta adecuada socialmente. Tan nefasto puede ser vivir exclusivamente dependiendo del nivel emocional como confiar exclusivamente en la razón a secas. La interacción entre ambos niveles nos facilita un tipo de respuesta en las que la toma de decisiones se debe a nuestro razonamiento, pero también se adecúa a las demandas del ambiente.
Por tanto, prescindir de emociones y sentimientos es despreciar una de las principales fuentes de información que poseemos; es olvidar que hay una parte importante de nosotros que puede sernos de gran ayuda. Aunque socialmente se nos ha deseducado, tratando de hacer pasar por alto este nivel, si queremos conseguir una respuesta adecuada en cada situación (con repercusión hacia nosotros mismos, pero también en la relación con los demás) debemos recuperar esta asignatura pendiente. De ahí viene la incidencia que en las últimas décadas se está dando a la Inteligencia Emocional o otro tipo de técnicas, como el coaching, como forma de integrar como un sistema interrelacional lo que de hecho ya funciona como tal. Eso sí, como otro tipo de funciones, para aprender a conocerla y manejarla, hace falta un entrenamiento y dedicación. Tal vez haya llegado ya el momento de ponernos manos a la obra.

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