Solo volver, casi al bajarme del autobús, me tenían preparada una charla para dar sobre autoestima. Según andaba para allá, todavía tenía la cabeza en la sierra y sus gentes y me costaba encontrar las palabras de las que tirar.
El centro al que acudía es de capacitación de mujeres. Pero tienen un problema: que casi al acabar, la mayoría ya se quedan embarazadas y no llegan a ejercer esa profesión. Y de ese modo,sigue funcionando la eterna espiral de dependencia en la que viven las mujeres de aquí.
Al llegar tuve que esperar, en la sala de estética. Fue delicioso porque me cogió una chica que, con absoluta delicadeza, me pintó las uñas con florecillas. No me había imaginado eso después de llevar toda la semana duchándome con mi termo. El contraste de mis pintas serranas y tanta delicadeza no dejaba de ser chocante.
Entonces empezó todo a fluir. Empecé a recordar a mis mujeres nicas (ay, cuánto me acuerdo de ellas) y esas charlas conellas a corazón abierta tras seguir los pasos de Indiana, mi maestra en tantas cosas. Y hablé, hablé y empezaron a participar. Eso era difícil porque yo sabía que estaba tocando carne. A la vez estaban las jovencitas, que me miraban incrédulas cuando las hablaba del cuento del príncipe azul; y por otro lado, las maduras, ya resabiadas y desconfiadas de la vida, esperando ideas para comprender esa vida que las había tocado vivir.
El fin de semana maravilloso. Pronto fuimos a casa de la abuela de Magdalena, mi persona de contacto aquí. Y allí pasamos horas y horas hablando la madres, la tía, la abuela, a cual mas genial y distinguida. Y con excelente comida, por supuesto. El sábado me escapé con una profe que conocí en la sierra a la feria del libro de lima Fue genial, libros interesantísimos a precios de hace veinte años. Es decir, me perdición. Maravillosa perdición.
El resto, en familia, que como tal me sentí. Vinieron muchos a ver a la abuela y ella , a sus 93 años, tenía para bromear a todo el que se le pusiera por delante.
Olvidaba un hecho: la semana anterior había comprado chirimoyas, la señora me cobró mal y, ante su incredulidad,volví para pagarle la diferencia. Pues bien, a la vuelta del pueblo, bajé a por mas para la abuela. Y allí estaba la seño, como las llaman, esperándome con una sonrisa enorme y la camiseta de la selección española. Sonrisas que da la vida.